Mercedes Loring, 75 años de vida religiosa

A continuación, el testimonio de Mercedes, en primera persona, en el que comparte su entrega al Señor haciendo un recorrido por su larga y fecunda vida de religiosa de la Asunción.

En el día del Carmen de 1947 hice mis primeros votos en San Sebastián con Martina e Inmaculada. Cuando hice los votos me puse totalmente en manos de Dios con la Palabra “En tus manos Señor” y Él me ha ido llevando por sitios y actividades que yo no hubiera pensado. Primero pasé seis años en Inglaterra donde fui muy feliz y me ayudaron en todos los sentidos. Gracias a la hermana M. Margaret y a toda la comunidad, solo puedo tener palabras de agradecimiento. El inglés me ha servido en múltiples ocasiones a lo largo de mi vida.

Cuando fui a París para realizar el tercer año, me ofrecí para ir a Cuenca, Ecuador, ya que pedían alguien que supiera inglés. Allí conecte, no solo con los niños y las familias, también con grupos de indígenas. Seis años después fui enviada a Guayaquil, primero al Colegio y luego al barrio de Mapasingue. Aquí Dios me puso en las manos una obra maravillosa con gente que necesitaba de todo. Estaba en un terreno pantanoso y en la época de lluvias subía el agua hasta medio cuerpo. Yo me encargaba de la escuela de Fe y Alegría. Empecé con tres aulas de caña para niños de dos y tres años y poco a poco fui construyendo aulas de cemento para todos los alumnos de educación primaria. Había más de 1000 alumnos. Conmigo compartía misión un jesuita andaluz, el padre Paco. Él puso un taller para construir casitas. Regresé siete años más tarde a España para estar cerca de mi madre. Estuve en el colegio de Hospitalet donde descubrí la realidad de que las madres tenían muy pocos conocimientos porque ellas no habían acudido a la escuela. Con permiso del párroco comencé un colegio para adultos; enseguida se llenó de mujeres deseosas de cultura. ¡Fue una maravilla! Todo lo que llegamos a hacer con ellas y la ayuda de las religiosas del Sagrado Corazón. En el centro hacíamos baile, clases de catalán, manualidades, gimnasia y viajábamos por toda España. Este centro ha estado funcionando hasta hace dos años.

Cuando llegué a Madrid, a la comunidad de Alcobendas, me pidieron que iniciara el grupo de Justicia y Paz en CONFER. No tenía mucha idea de este tema empecé a formar un grupo con miembros de las distintas congregaciones. Teníamos charlas con gente que estaba muy bien preparada y el grupo fue creciendo. Tuve muy buenos colaboradores y aun hoy con el grupo de Justicia y Paz diocesano tengo muy buena relación y sigo en contacto. En Alcobendas teníamos grupos muy interesantes: Amigos de la Asunción, madres de niños de Primera Comunión. En ocasiones los proyectos tienen un tiempo de duración y terminan por múltiples circunstancias. Tras el cambio a Madrid comencé a colaborar con Cáritas parroquial; allí llegaban una gran cantidad de migrantes latinos. Además de ayudarles en sus necesidades básicas y en todo lo que necesitaban les formaba en cuestiones religiosas. Ya en la parroquia de san Antonio, comenzamos con el apoyo escolar de todos los niños que acudían, también comenzamos con el apoyo a los migrantes. Todo esto era sostenido por varias Congregaciones Religiosas y empezamos Puente de Esperanza. En san Antonio ante la realidad tan fuerte de inmigración que había hemos hecho de todo, sobre todo, inglés y baile.

Cuando cumplí los 92 años empecé a pensar que mi vida activa debía de ir terminando y que debía ir a una casa de Hermanas mayores mientras mi salud me lo permitiera y así fue como llegué a Riofrío. Aquí estoy. Hago lo que puedo; animo a las hermanas que están enfermas ¡es una buena misión! Y rezo por el mundo.

No quiero terminar este repaso por mi vida si detenerme en otro proyecto muy bonito en el que he colaborado. Fue en el Rabal, un barrio muy marginal de Barcelona, se trataba de ayudar a gente que vivía en la calle.

Siempre me ha gustado estar cerca de la gente, participando en distintos grupos y asociaciones, me ha gustado estar con “los invisibles”. Esto es lo que recientemente se ha recordado cuando me han llamado “la monja de Tetuán”, este apelativo ha sido una de mis últimas emociones al cumplir 75 años de vida de consagración al Señor como Religiosa de la Asunción.