Voy a cantar la canción de la viña de mi amigo

 

“Voy a cantar, en nombre de mi amigo, la canción de su amor por su viña: ‘Una viña tenía mi amigo en una loma fértil. La cavó quitando las piedras y plantó cepas escogidas. En medio de ella construyó una torre y también cavó un lagar’”. Isaías 5,1-2.

La vieja y majestuosa parra del jardín de la comunidad guarda la memoria de las generaciones de hermanas que han habitado esta casa. Sentadas bajo su sombra nos nació la pregunta: ¿serían las primeras hermanas, enviadas por la misma Madre María Eugenia en respuesta a la llamada de Alfonso XII, hace ya casi 150 años, quienes la plantaron? Quizás no, pero sus ramas retorcidas, largas y generosas nos hablan de tantas hermanas y laicos que, a lo largo de los años, han encontrado refugio bajo su frescor en los días de verano y han saboreado sus dulces frutos. Por eso queremos comenzar nuestro relato dando gracias a cada una de las hermanas que han vivido en el número 46 de la calle de Santa Isabel.

Hoy un nuevo proyecto, del que apenas podemos adelantar nada, va tomando forma lentamente, siguiendo el ritmo propio de los procesos de discernimiento participativo y sinodal. Lo que sí tenemos claro es lo esencial: queremos, como nos sugiere nuestra parra, permanecer unidas en Jesús, dejar que el Viñador —nuestro Padre Dios— pode lo que sea necesario, y, nutridas por la savia del Espíritu, dar fruto abundante. Ahora recogemos las uvas cuidadas por quienes nos precedieron; pronto llegará el tiempo de podar y de esperar los brotes nuevos, confiando en que den tanto fruto como en las cosechas pasadas.

Apenas llevamos unos meses de camino, y ya podemos afirmar que el Señor está “por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no lo notáis?” (Is 43,19). Nuestros dos grandes sueños, compartidos antes del verano en una reunión on-line y profundizados después en las vacaciones comunitarias de Riofrío, comienzan a hacerse realidad. Es posible gracias a la fuerza de unos deseos que, al ser compartidos, cobran vida con la energía de la fraternidad. La primera gran llamada es cuidar nuestro ser de Religiosas de la Asunción, para vivirlo “con la mayor plenitud posible”, cuidando día a día la vida contemplativa y fraterna en misión. Y aunque continuamos entregándonos a las misiones que la provincia y la congregación han confiado a cada hermana, también hemos puesto todo nuestro empeño en la segunda llamada: aprender a “construir el puente mientras lo cruzamos”.

Paseando por el barrio y celebrando la Eucaristía en distintas parroquias hemos descubierto que nuestra comunidad podrá responder a la invitación que nos hace la provincia: dedicarnos a la pastoral de jóvenes y vocaciones en las periferias. Nos ha tocado de manera especial la parroquia de San Lorenzo, una comunidad viva y abierta a la riqueza de las culturas hispanoamericanas.

Contamos con vuestra oración. Poco a poco os iremos compartiendo el camino.